Los cátaros, también llamados albigenses, fueron un movimiento religioso que desarrolló en Europa entre los S.XI y XV de nuestra era.
Tenían una particular visión sobre la Biblia y a ésta adaptaron su forma de vida -para ellos la de auténticos cristianos- llegando a crear una hermandad.
Se apartaban totalmente de las normas establecidas por la Iglesia interpretándola a su manera, llamándose a si mismos la iglesia de los bons homes.
Fueron perseguidos como herejes, y aniquilados en pocos años.

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Origen y forma de vida de los cátaros

El origen geográfico hay que buscarlo en el sur de Francia, en la región llamada de Languedoc. Era una zona con abundante comercio y negocios, artesanía y buenos recursos naturales. Contaban con leyes diferentes a las que predominaban en la Edad Media; ellos habían eliminado la servidumbre, cualquier hombre podía ser propietario y además tanto las mujeres como los hombres podían desempeñar los mismos papeles, algo inusual en la época.
El origen de la palabra cátaro, según la mayoría de estudiosos la podemos encontrar en la palabra griega “catharos” que significa puro.

Basándose en las Sagradas Escrituras, los cátaros eran seguidores de Jesús, con especial predilección por el Evangelio de Juan. Usaban los ritos del cristianismo más primitivo y como único sacramento contemplaban el del bautismo del Santo Espíritu (consolament).

Una de las mayores diferencias con el catolicismo tradicional es el dualismo, puesto de manifiesto en su libro: Liber de duobus principiis, dos principios totalmente opuestos; por un lado el mundo espiritual representado por Dios y por otro el mundo material, origen de la maldad, representado por Satanás.
El Dios bueno y verdadero era el creador del Paraíso o Jerusalem celestial, mientras que el diablo era el creador del cielo, la tierra, los animales, el hombre, todo lo mundano, veían a los hombre como cuerpos, simples contenedores creados en un mundo perecedero, donde vivían encadenados àra siempre los ángeles caídos.

No creían en la reencarnación de Jesucristo (ni veneran la cruz); para ellos no era más que un ser espiritual con apariencia humana que ha venido a traernos un mensaje, nada que ver con el Salvador del que los católicos hablaban. Vendría además a ofrecer a los hombres el consolament, el bautismo en el momento de la muerte corporal para poder ser salvados, si no lo conseguían tendrían que penar de cuerpo en cuerpo hasta que les llegara el momento. Por eso para ellos no existía ni el Juicio Final ni el infierno, ya que el mundo que habitamos era para ellos tal cosa.
El Sacramento que hemos nombrado, el consolament, único en su religión (frente a los 7 católicos) se realizaba mediante la imposición de manos, en ocasiones en las últimas horas de vida para salvar el alma, o a los que después de un tiempo de noviciado querían formar parte de la Iglesia.

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En cuanto a la jerarquía, en el mundo cátaro se encuentran:
Los creyentes, o simples creyentes, que no forman parte de la Iglesia, los perfectos, los novicios (aspirantes a entrar en la Iglesia), los sacerdotes o ministros, y en lo alto los obispos. El primer obispo que se conoce se nombra la ciudad de Albi en 1167 (de aquí deriva el sobrenombre de albigenses).

Los cargos podían llevarlos a cabo tanto hombres como mujeres, de hecho según recientes estudios, en el S.XIII en la región del Sabartés el 45% de los ministros eran mujeres (bonas donas), ellas también podían dar el consolament, predicar o ser ordenadas. Era una sociedad igualitaria y gozaban de los mismos privilegios de los hombres, algo muy alejado de lo que era la mujer cristiana, y la mujer medieval en general.

No rendían pleitesía ni creían en el Papa de Roma, para ellos un alma oscura.
Profesaban una vida de abstinencia sexual, no podían comer carne (ya que eran cuerpos creados por el demonio) ni leche o huevos; pescado si, ya que en la Edad Media se pensaba que los peces nacían del agua. No daban valor al matrimonio.
Los cátaros además eran queridos en sus pueblos, vivían en casas abiertas, no tenían lugares de culto (como en el cristianismo la Iglesia) predicaban al aire libre. Su vestimenta se basaba en una simple túnica negra y en el caso de los hombres barba larga.

Hablamos de los años de libertad, es decir, antes de que se les empezara a perseguir como herejía.
A la hora de la comida, realizaban la ceremonia del pan de la santa oración, basándose en el ágape del cristianismo primitivo; no atribuían al pan ningún carácter eucarístico, no veían al pan y al vino como el cuerpo de Cristo, y simplemente veían a la ceremonia como un simple acto de hermanamiento y recordatorio de la Última Cena.
Cuando se encontraba un cátaro con otro, debían saludarse con veneración haciendo tres genuflexiones (lo llamaban adoratio).
Los cátaros eran una comunidad tranquila, muy pacíficos con voto de pobreza y siguiendo las doctrinas evangélicas, comprometiéndose a no mentir ni matar.

La cruzada albigense

Para comprender la persecución contra los albigenses, hemos de recordar, que para la Iglesia no sólo iban en su contra por su forma de entender la religión, si no también por su forma de entender la sociedad. Vivir en regiones donde no se entendía el vasallaje hacía peligrar el poder de la Iglesia de Roma.
En la tierras de la Edad Media, los señores feudales mandaban sobre sus vasallos y como apoyo al Señor, siempre había un sacerdote que marcaba el ritmo de la sociedad y que actuaba muchas veces como dueño de todas las tierras, otorgando poder a la Iglesia.
Los cátaros veían todo aquello como algo satánico, no creían en las distinciones sociales pues Dios había hecho a todas las almas iguales.

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En el año 1209, el Papa Inocencio III decide tomar cartas en el asunto, intentándolo primero por la vía pacífica, al no dar fruto sus negociaciones, lanza la cruzada (llamada cruzada albigense) contra los cátaros, denominándolos “peste herética”
Crea un ejército de unos 20000 a 30000 hombres armados, que descendieron por el Ródano, en un principio dirigidos por Arnau Amalric, pasando el mando poco después a Simon de Monfort, noble occitano representante del Papa, que contaba con un carácter violento y cruel. Protagonizaría la cruzada más sangrienta contra los albigenses, que tendría mucho también de guerra civil por los bandos que en ella se enfrentaban. Los cruzados arrasaban todo a su paso, y mataban a todo ser vivo, además se enriquecían con las posesiones que lograban conquistar o usurpar. Destaca la matanza de Beziers lugar donde se produce una gran masacre siendo la ciudad saqueada.

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Se dirigen luego a Carcasona, donde su soberano, el vizconde Raimundo Trencavel se entrega para evitar una matanza como la anteriormente citada.
Una vez conquistada esta ciudad, Simon de Monfort toma para si los títulos de Raimundo y prosigue con su guerra Santa, que contaba con el apoyo de la Iglesia y con los nuevos cruzados que iban llegando poco a poco, dispuestos a acabar con todos los pequeños dominios occitanos, asediando y conquistando cada una de ellas bajo una oleada de terror, mutilación, hogueras y ejecuciones.

Simon de Monfort

Simon de Monfort

En 1211 ataca al Conde de Tolosa, Raimundo VI, pero ésta no iba a ser una plaza fácil, ya que éste contaba con el apoyo de sus vasallos, los señores de la zona pirenaica vinculados a Aragón, e incluso el apoyo del rey de Inglaterra. Simon de Monfort asume su primera derrota. Tras los enfrentamientos se llega a una paz, consensuada con el Papa, el hijo de Raimundo (libre de cualquier herejía) asumiría el mando de las tierras y pasaríana a formar parte del reino de Aragón. Esto era un arma de doble filo.
El rey de Aragón, Pedro el Católico, se enfrenta a los cruzados de nuevo en la Batalla de Muret, pero el 12 de septiembre de 1213 muere y otra vez el pueblo cae derrotado.
Con esta derrota y no viendo más salida, los occitanos se someten a la Iglesia. Simon de Monfort toma posesión de Tolosa en 1215.

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Ese mismo año se desarrolla el IV concilio de Letrán, nombrándose oficialmente a los cátaros como herejía y confiriéndole a Simon los títulos y tierras de Raimundo VI, en esos momentos exiliado.
Pero Raimundo regresa del exilio rearmado y vuelve a Tolosa en 1217 para intentar reconquistarla, años duraron estos conflictos, que terminaron con la muerte de Simon de Monfort en 1218. su hijo tomaría el mando pero nada tenía que ver con su padre. Tolosa no se rinde hasta 1229 con los tratados de Meaux –Paris, dejando la ciudad en manos del heredero Raimundo VII pero bajo el mandato del rey francés Luis IX.
Por esas fechas, en 1229, en el concilio de Tolosa, se crean las bases de otro poderoso instrumento de la iglesia, la Santa Inquisición creada en 1232, para acabar con la herejía; sería el fin definitivo para el catarismo, duramente perseguido con más eficacia que los conflictos armados, buscando a todo aquel que no siguiese los ritos católicos o delinquiese contra la fe.
Los pocos que resistían huyen al Castillo de Montsegur, en los alto de los Pirineos; pronto son asediados por el senescal de Carcasona y el arzobispo de Narbona. En el castillo se refugiaban unos 200 hombres y mujeres que contaban con armas y víveres para resistir, construyendo un importante fortín;  pero nada pudieron hacer cuando el rey de Francia envía a 10000 hombres a prenderlos. Antes de morir se les da a elegir entre abandonar su fe o ser aniquilados, nunca renunciarían a sus creencias,  son quemados vivos en la hoguera en 1244.

Alejándonos de los hechos históricos estrictamente, este paraje, el castillo y la existencia en el de los último cátaros ha suscitado numerosas leyendas y episodios ocultistas, publicándose en la segunda mitad del S.XX más de 200 libros o escritos alusivos al tema. Son muchos los que además peregrinan a esa zona para ver lo que hoy queda del castillo, puras ruina. Algunos estudiosos afirman también la existencia de un tesoro que lleva oculto siglos por estas tierras.

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El último de los cátaros

Hacia el año 1300 resurge el catarismo a mano de dos hermanos, los Autier, notarios del condado de Foix. Un personaje singular, antiguo pastor llamado Guilhem de Belibasta ( que provenía de una larga familia cátara) es ordenado bon home ca. 1307, es perseguido por matar a un pastor católico, logrando huir a Cataluña donde había una pequeña comunidad de exiliados.
Fue víctima de una trampa por un Inquisidor traicionero, Arnau Sucre, apresado por el conde de Foix, y quemado vivo en el castillo Villerouge – Termenés. Se ponía fin a la vida del conocido como último perfecto cátaro.

La herejía daba sus último coletazos y los pocos que todavía vivían bajo sus normas, lo hacían bajo un profundo secretismo. Los últimos cátaros vivieron en Cataluña, y en Bosnia, desapareciendo completamente es esta región el S.XV cuando los turcos la conquistan.

Si pudieras volver a sentimientos mejores y arrepentirte de los que has hecho contra mí, te recibiría y luego los dos nos arrojaríamos desde lo alto de esta torre, e inmediatamente mi alma y la tuya ascenderían al Padre Celestial. No me preocupa mi carne porque nada tengo en ella¸ pertenece a los gusanos”
Fueron las últimas palabras que Belibasta dijo a su captor antes de morir.