De esta forma eran llamados los trenes que deportaban judíos durante la II Guerra Mundial a los campos de concentración en Polonia -el más conocido Auschwitz – Birkenau– , desde distintas ciudades de Europa.
Cuando hablamos de un tren todos tenemos en mente que se trata de un medio de transporte con cómodos asientos; en este caso nada más lejos de la realidad.
El transporte ferroviario que utilizaban los nazis alemanes para tales fines no eran más que vagones de ganado, grandes vagones diáfanos dónde cientos de judíos iban apiñados sin apenas espacio, y en los que viajarían durante días hasta llegar a su triste destino.
Fue el 20 de enero de 1942, en Berlín, durante el transcurso de la Conferencia Wannsee, cuando se comenzó a deliberar sobre la deportación de los judíos europeos hacia los campos de exterminio, lo cual requería de una gran coordinación, dado que se calculaba la existencia de 11 millones de judíos en Europa.


Las órdenes eran claras :<< Se recomienda concentrar a los judíos destinados a evacuación antes del transporte. Cada transporte comprenderá 1.000 judíos (queda prohibido transportar contingentes más numerosos) y se realizará según los horarios e itinerarios elaborados por el Ministerio de Transporte del Reich, que serán trasmitidos a las oficinas involucradas>> añadían además, una lista de las pertenencias que debían llevar, entre otras cosas, ropa de cama y mantas.
Se realizaron aproximadamente unos 1600 viajes, cada tren constaba de aproximadamente 50 vagones, teniendo en cuenta que en cada vagón viajaban entre 50 y 100 personas, unos 4 millones de prisioneros judíos fueron deportados.
Para tranquilizar a los pasajeros los alemanes trataban de engañar a las familias diciéndoles que simplemente los iban a trasladar a otras zonas de Europa o a campos de trabajo.
No se imaginaban lo que se encontrarían en su estación de término.
Cientos de familias eran obligadas a subir a un mismo vagón. Lo que les esperaba supera los límites del sufrimiento y la humillación.
Los vagones, de madera y sin asientos, eran cerrados por fuera herméticamente y apenas contaba con unas pequeñas ventanas para la aireación.
Si querían descansar tenían que hacer turnos pues no cabían todos echados.
No les proporcionaban comida; para beber les daban un cubo de agua al día para todos, un cubo era también todo lo que tenían para realizar sus necesidades fisiológicas. El hedor era insoportable. Las temperaturas en verano eran asfixiantes, en invierno se congelaban. A menudo muchos morían antes de llegar a los campos debido a enfermedades o por inanición; los alemanes no retiraban los cadáveres por lo que se veían obligados a viajar con ellos dentro del vagón, con todo lo que ésto suponía.
La gente perdía la noción de tiempo en aquellos vagones; cabe decir que los funcionarios de los campos de concentración tan solo trabajaban de lunes a sábado por lo que si llegaban el sábado por la noche no abría los vagones hasta la mañana del lunes.


La doctora Olga Lengyel, superviviente del Holocausto, fue deportada desde su Rumanía natal al campo de Auschwitz – Birkenau, sus vivencias las relata en su libro “Los hornos de Hitler” publicado en el año 1947.
Fue traslada en tren durante seis días hacia los campos de exterminio, las siguientes líneas son fragmentos de sus memorias:

<<Noventa y seis personas habían sido embutidas en nuestro vagón, y entre ellas muchos niños que estaban casi aplastados entre el equipaje… el miserable y escaso equipaje, que sólo contenía lo más  precioso o lo más útil. Noventa y seis hombres, mujeres y niños en un espacio donde sólo cabían ocho caballos. Sin embargo, no era aquello lo peor. Estábamos tan apretados que sólo la mitad de los que íbamos allí tenían sitio para sentarse>>

<<Pronto se hizo intolerable la situación. Hombres, mujeres y niños se disputaban histéricamente cada pulgada cuadrada de terreno. Cuando cayó la noche, perdimos todos la última idea de comportamiento humano, y el escándalo subió de tono hasta que el vagón se convirtió en un verdadero infierno>>

<<El segundo día, uno de los comerciantes principales de Cluj padeció un ataque al corazón. Su hijo, quien también era médico se arrodilló junto a él. Sin medicinas, no podía hacer nada y no le quedaba más remedio que observar cómo agonizaba su padre mientras el tren seguía traqueteando. ¡La muerte en el vagón! Una ráfaga de horror cruzó entre aquel rebaño de seres humanos>>

<<¿Era éste el quinto día, o el sexto de aquel viaje sin fin? El vagón de ganado se había convertido en matadero. Más y más plegarias fueron surgiendo por los muertos, en la atmósfera agobiante. Pero los miembros de las S.S. no nos permitían enterrarlos ni retirarlos>>

Vías de tren que desembocaban en Auschwitz

Los que lograron escapar

Los soldados alemanes que vigilaban los trenes tenían orden de disparar si alguien intentaba huir de los mismos.
A menudo nos preguntamos si existen casos de escapados, si alguien logro burlar la vigilancia nazi o saltar de los vagones.
En 1943, Leo Bretholz, un chico que contaba con 21 años, y un amigo que viajaba en el mismo tren, decidieron intentar separar los barrotes del pequeño ventanuco con el que contaban. A falta de herramientas usaron unos buzos enrollándolos a modo de cuerda, los tuvieron que mojar en la orina para hacerlos más duros, algo que les provocaba horrible náuseas, pero consiguieron su objetivo, descolgándose por fuera del vagón y logrando saltar del mismo.

Éste no fue el único caso, se cree según testimonios que unas 700 persona lograron escapar de una u otra manera.
De los casos con más trascendencia pública está el de Simon Gronowski.
Simon fue un niño belga que a los 11 años fue apresado junto con su familia y deportado a los campos de concentración. Corría también el año 1943 cuando miles de prisioneros belgas esperaban para subir a los trenes, en su caso el convoy número 20.
Por primera vez se iba a detener un transporte por la fuerza, miembros de la organización belga Comité de defensa de los Judíos se acercan a la estación de Malinas y hacen parar el tren por supuesta avería, una vez parado encañonan al maquinista y apuran a abrir el máximo de vagones posibles, desistiendo ante la lluvia de disparos de las SS. Algunos lograron escapar, Simon no bajó en ese momento, pero más adelante los ocupantes del convoy se dieron cuenta de que el cable que cerraba la puerta estaba roto, así que lograron abrir el portón y muchos saltaron. Cuando el tren bajó la velocidad la propia madre de Simón lo alentó a que saltara y huyese. Nunca más volvería a ver a su madre que moriría en Auschwitz.
Simon se escondió en el bosque y llegó a un pequeño pueblecito donde dijo haberse perdido, los lugareños a pesar de saber que era un huído lo escondieron en sus casas. Simon logró coger un tren que lo llevó a Bruselas donde se reunió con su padre, ambos pasaron el resto de la guerra escondiéndose de los nazis.
Su padre murió poco después.
A día de hoy Simon da charlas en escuelas y es abogado, lucha contra el antisemitismo y la negación del Holocausto.

Simon en la actualidad, en el lugar dónde escapó del convoy nº 20

Simon en la actualidad, en el lugar dónde escapó del convoy nº 20

El hallazgo de los vagones del terror

El año pasado el fotógrafo Mathew Growcoot aseguró haber encontrado los trenes de los que hablamos en este artículo en Hungría.
Son ya viejos vagones oxidados.
Se encontrarían en una estación de Budapest en un gran complejo, pero parece que a nadie le había llamado la atención aquellos maltrechos vagones de transporte de ganado.
Según el fotógrafo estamos ante un tesoro por descubrir. Realmente si los comparamos con las fotografías que tenemos de la época no habría lugar a dudas, pero es una investigación que acaba de empezar y de la que contamos con pocos datos.
La estación es desoladora. Las imágenes hablan por si solas.
Tendremos que esperar para ver si nos encontramos antes un hallazgo histórico.

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