El actual patrón de Inglaterra es San Jorge, nombrado por Eduardo III en el siglo XIV, pero no siempre fue así. Desde el siglo XI lo fue Eduardo el Confesor, rey que ocupó el trono  de Inglaterra desde 1042 a 1066.

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Eduardo nació entre 1002 y 1005, séptimo hijo de Etelredo II el Indeciso y Emma de Normandía. Su vida fue una vida de exilio debido a la pretensión vikinga respecto al trono de Inglaterra. Por aquel entonces Svend I de Dinamarca acechaba junto a sus secuaces las costas inglesas. En el año 1013 este rey vikingo consiguió el trono de Inglaterra y Eduardo, junto a su madre, se vio forzado a exiliarse a Normandía, donde permaneció prácticamente la primera mitad de su vida.

Su vuelta a Inglaterra se vio favorecida por su hermanastro Hardeknut, rey en ese momento, que veía próxima su muerte, nombrando sucesor a Eduardo. Su reinado se caracteriza por ser un periodo de relativa paz ante los problemas internos que sufría Inglaterra.

Y así fue hasta su muerte en el año 1066, momento en el que fue enterrado en la abadía de Westminster, edificio con el que tendría un estrecho vínculo. Durante su exilio prometió que si lograba regresar a su tierra, peregrinaría hasta san Pedro de Roma. Al ver imposibilitada la realización de su promesa, se comprometió a reformar la entonces iglesia de Westminster, consagrada como abadía el 28 de diciembre de 1065.

Sepulcro de San Eduardo en la abadía de Westminster (Londres)

Sepulcro de San Eduardo en la abadía de Westminster (Londres)

En 1161, conocido este rey por haber sanado a varios enfermos, fue canonizado por el Papa del momento Alejandro III. Es un caso curioso ya que, y a pesar de no ser un rey demasiado próspero, desde antes de su canonización ya fue tratado como un santo. Su carácter piadoso ganó el favor del pueblo llegando a considerarse como su santo patrón de Inglaterra. Así, el rey Enrique III, contribuyó a su culto y reconstruyó casi por completo la abadía de Westminster en estilo gótico. Además respetó el lugar de enterramiento del rey Eduardo.

Su epíteto de “el Confesor” se debe a su canonización. Existen dos tipos de santo: el mártir y el confesor. Mientras ambos han compartido una vida dedicada a la fe, el primero ha sido asesinado por ello y el segundo no.

En torno a su figura se relataron tanto leyendas como hechos reales. Una de estas historias cuenta cómo un viejo mendigo le pidió una limosna al rey Eduardo y este, al no llevar dinero, le dio uno de sus lujosos anillos. Dos años después dos peregrinos viajaban por Tierra Santa cuando se encontraron con el mismo viejo que, tras descubrir que venían de Inglaterra, les confesó que era san Juan Evangelista. Éste les pidió que devolvieran el anillo al rey y que le dijeran que seis meses después iba a encontrarse con él en el Paraíso.

Relieve donde se representa la escena de san Juan Evangelista

Relieve donde se representa la escena de san Juan Evangelista

Durante estos siglos de la Plena y Baja Edad Media, distintos reyes fueron considerados santos. Así ocurrió en países como Francia con Luis IX o como España con Alfonso X y posteriormente Fernando III.

San Eduardo llegó a ser uno de los santos nacionales más importantes de Inglaterra. Sin embargo, con la muerte de Enrique III, su culto declinó. En 1350, Eduardo III declara patrón a san Jorge.