En una zona brumosa de nuestro inconsciente late un deseo secreto de todo hombre, el de la inmortalidad. El vampiro representa esa rebelión contra Dios y contra el orden natural de las cosas, representa también la angustia frente a la muerte del ser humano. Es el grito del Lucifer de Milton que prefiere reinar en el infierno, que servir en el cielo.

“La rebelión del vampiro es la rebelión de Lucifer, con toda su carga de pecado y su energía desbordante. De ahí que prendiera tan fácilmente en la superstición popular (…) Desde luego, el vampiro no se habría impuesto a la imaginación ni a la conciencia si no hundiera sus raíces en las más antiguas creencias humanas, ni respondiera a un arquetipo antropológico de las estructuras originales del pensamiento.” (Conde de Siruela, Imaginar el vampiro, pág. 29)

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No se trata de unos vampiros edulcorados como los que se ven en los últimos estrenos de Holliwood, sino de una sombra que se esconde en el fondo del alma humana, en la voz de Mefistófeles que nos susurra como superar los tabús y prohibiciones de la sociedad. El vampiro es una figura maldita, pero también seductora; es la representación de un miedo tan antiguo como el propio hombre e, incluso, como diría C. Jung, un símbolo de nuestra propia sombra. De ahí su seducción y su atractivo.

  1. Los demonios chupasangres de la antigüedad.

El vampiro es un personaje del folklore europeo que ha ido evolucionado a lo largo del tiempo. Se tiene noticias suyas desde el año 600 antes de Cristo, cuando se narra que un hombre muerto puede convertirse en un demonio si rehúsa salir de su cuerpo. En la mitología mesopotámica, en la hebrea y en la clásica se encuentran criaturas semejantes, muertos vivientes que se alimentan de los vivos, como son las Lamias. Éstas son demonios que bebían la sangre de los niños o de las personas jóvenes.

Según la mitología griega Lamia era una doncella que había sido seducida por Zeus. Pero Hera celosa mataba a todos sus hijos nada más nacer. Al final Lamia huyo a una cueva, donde se convirtió en un monstruo que, envidioso de todas las madres, robaba y devoraba a sus hijos. En la tradición clásica existe también la Empusa, un demonio femenino que se aparece como una hermosa doncella para acostarse con los hombres y después chupar su sangre hasta matarlos.

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Según un mito de origen mesopotámico cuando la diosa Ishtar o Inanna, diosa del amor y de la fertilidad, desciende al infierno amenaza al guardián del mismo con soltar a los muertos para que devoren a los vivos. A esta diosa está asociada también una figura vampírica, Lilit, que pertenece a la mitología hebrea y babilónica. Según algunas historias Lilit es la primera mujer de Adán, creada a semejanza de él y no de una costilla como Eva. Cuando Adán quiere someterla, Lilit se rebela y le abandona. Ante la negativa de volver con su marido Dios la castiga a convertirse en un demonio nocturno y volador, que devora a los niños recién nacidos alimentándose de su sangre. La forma de protegerse de Lilit era poder un medallón con los nombres de los ángeles en la cuna del niño. Según la leyenda Lilit tuvo hijos con los demonios a los que se les llama Lilim. Tanto estos como su madre tienen características animales. Lilit o Lillake ha sido asociada en muchas ocasiones con las Lamias griegas o la Empusa. En los tres casos los personajes están asociados a la lascivia.

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En la tradición árabe se encuentra un personaje similar llamado Gul, que es protagonista de una de las historias de Las mil y una noches. El Gul es un demonio necrófago que vive en lugares inhóspitos como los cementerios. Normalmente se alimenta de cadáveres, pero también roba a los niños recién nacidos. Puede cambiar de forma y convertirse en una hiena para desorientar a los viajeros que atraviesan el desierto y llevarlos a la muerte. En la literatura occidental los Gul o Ghoul se convierten en los sirvientes de los vampiros, debido a su escasa inteligencia.

  1. La entrada del cristianismo.

El mito del vampiro va toma cuerpo vinculado a la sangre, a la muerte y al erotismo. En un principio aparece el vampiro como un tipo de demonio con características tanto humanas como animales y la capacidad de cambiar de aspecto y de volar. Con la entrada del cristianismo el vampiro queda como un reducto de la superstición popular en la Europa rural. Participa de la rebelión de Lucifer frente a Dios y escoge una vida eterna condenada. Se le asocia, pues, al demonio y su descripción es la de un ser horrible que se hincha al beber la sangre humana. Montague Summers lo presenta de la siguiente manera:

“extremadamente flaco y encorvado, de horrible rostro y ojos en los que relucen el fuego rojo de la perdición. Cuando ha saciado su apetito de cálida sangre humana, su cuerpo parece terriblemente hinchado y saciado, como si fuera una gorda y enorme sanguijuela a punto de reventar. Frío como el hielo, pero febril y ardiente como una brasa encendida, la piel tiene la palidez de la muerte y sus labios son rojos, gruesos e inflamados; los dientes blancos y brillantes; y los colmillos, que hinca profundamente en el cuello de su víctimas para chupar el flujo vital que reanima su cuerpo y vigoriza todas sus fuerzas, aparecen sensiblemente afilados y puntiagudos.” (Montague Summers, The Vampire: His Kith and Kin)

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Este tipo de vampiro está más cerca de la figura de Nosferatu de Herzog que de la imagen de Drácula y del vampiro como un ser aristocrático. Aunque conviene recordar que Bram Stoker describe a su vampiro con rasgos muy similares y afirma que su presencia causa una sensación de náusea y su aliento es fétido. Sus vampiresas tienen rasgos voluptuosos que recuerdan a las Lamias y Empusas de la mitología, pero sin elementos zoomorfos.

Lo que se afianza con el tiempo son las relaciones entre la vida y la muerte, la sangre y la pasión. Para el hombre arcaico la sangre y el aliento son elementos esenciales atados a la vida y a la fuerza. La sangre queda como el asiento del alma. El mismo Mefistófeles en Fausto afirma la importancia de la sangre. En el Antiguo Testamento se prohíbe beber la sangre de los animales (Levítico XVII, 11 y 14; Génesis IX, 3-4). En el propio cristianismo la comunión supone comer la carne y beber la sangre del Mesías. De tal forma que los teósofos del siglo XIX creían que el vampiro no chupaba sólo la sangre física sino la propia energía vital.

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  1. El siglo de las luces y el romanticismo.

En el siglo XVIII, a pesar del racionalismo dominante, sigue viviendo este ser en el imaginario de los pueblos de Europa. En este tiempo se le achacan las epidemias y enfermedades. Aunque autores como Voltaire y Rousseau criticaron estas supersticiones como parte de una tradición atrasada e irracional. No hay que olvidar que el siglo de las luces no es sólo la edad de la Ilustración, sino también la edad de oro del vampirismo y de la brujería. Durante los siglos XVII y XVIII se encuentran varios procesos de la Inquisición en los que se condenan a la gente por ser brujos y brujas, entre los que se puede destacar uno en el año 1670 en Suecia, en donde unos niños declararon que las brujas le habían transportado a un lugar desconocido para celebrar un Sabbat.

Pero, a pesar de ello, el vampiro, la bruja y el hombre lobo empiezan a ser material de la literatura y las viejas supersticiones han sido superadas en casi toda Europa, dejando en un margen las zonas rurales. Se podrá ver como estos personajes resurgen en el romanticismo, que se eleva frente al racionalismo ilustrado. Es en este punto donde surge la novela gótica, los fantasmas del viejo mundo surgen a pesar de la época de las luces.

“La potente energía inconsciente que irradia la noche cautiva al alma romántica, cuya sensibilidad desea ardientemente no ignorar nada de las oscuras regiones del psiquismo.” (Conde de Siruela, Imaginar el vampiro, pág. 43)

 

La obra de Milton y de Baudelaire sirve de ejemplo de este personaje maldito, de su indomable rebeldía y su belleza. Y es entonces cuando se puede hablar del vampiro asociado a la aristocracia, lo que no deja de resultar curioso. Las viejas supersticiones sobre no muertos quedan ligadas a ese viejo estamento propio del Antiguo Régimen.

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Lord Byron encarnara ese ideal, ese papel de amante fatal y rebelde. Será Byron el que inspire uno de los primeros cuentos de vampiros escrito por Polidori, en la famosa noche que pasan Lord Byron, el matrimonio Shelley y Polidori en Villa Diodati. De aquella noche surge no sólo el relato de Lord Ruthven de Polidori, sino también el clásico de Frankenstein. El vampiro literario queda retrato en esta obra como un aristócrata vil, frío y enigmático, que, sin embargo, resulta fascinante para las mujeres.

La primera mitad del siglo XIX está dominada por la imagen de este vampiro aristocrático, este amante fatal; mientras que en la segunda mitad será la figura de la vampiresa la que coja mayor fuerza. Los relatos de Ligeia y Berencia de Edgar Allan Poe o el cuento de Carmilla van configurando esta imagen. Los aspectos negativos del amor y de la sexualidad quedan reflejados en estos dos arquetipos del vampiro y de la vampiresa. El mordisco del vampiro no está ya tanto vinculado al demonio que sorbe el alma como a un cierto éxtasis, a un delirio erótico.

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Quizás cabría hacer una pequeña alusión de ciertos personajes reales que se han acercado a este personaje arquetípico como el Lord Byron, Vlad Lepes o la condesa de Bathory. Ésta última era una aristócrata de finales del siglo XVI que causó la muerte de más de 650 chicas jóvenes. Se la conoce como una de las primeras asesinas en serie de la que se tiene noticias. Mataba a las jóvenes y luego las desangraba, ya que creía que bañándose en su sangre permanecería siempre joven y bella. Celebraba en su castillo de Transilvania estos rituales asesinos hasta que fue detenida, cuando empezó a atacar a las hijas de los nobles de la región.

 

Bibliografía:

Caro Baroja, Julio, (2010), Las brujas y su mundo, Madrid, ed. Alianza.

Conde de Siruela (2006), “Imaginar el vampiro” en El vampiro, Madrid, ed. Siruela.

Graves, Robert, (2009), Los mitos griegos, ed. Coleccionables.

Graves, Robert y Patai, Raphael, (2009), Los mitos hebreos, Madrid, ed. Alianza.

Grimal, Pierre, (1981), Diccionario de Mitología Griega y Romana, Barcelona, ed. Paidós.

Muñoz Heras, Manuel, (2008), Realidad y Leyenda del hombre lobo, Madrid, ed. Garaje.

Stoker, Bram, (2005), Drácula, Barcelona, ed. Mondadori.