La Corte francesa siempre ha sido famosa por su opulencia y quizás por su cursileria, muy al contrario que la Corte española, por ejemplo, con exceso de austeridad, o la sencilla Corte inglesa.
Y si una época destaca por encima de las demás en cuanto al tema que tratamos, ésta es sin duda la que surge alrededor del Palacio de Versalles, sito en la ciudad que le da nombre y que fue la capital de Francia desde 1682 y hasta 1789, fecha en la que comienza la revolución. El palacio fue mandado levantar por el rey Luis XIV, aunque la primera construcción fue un pequeño palacio de caza que había mandado construir su padre, Luis XIII.
Con el objeto de trasladar la Corte y capital del país franco, hasta allí, Luis XIV construiría un imponente palacio de dimensiones exageradas y con extensos jardines, llegando a ocupar en total una superficie de 67000 metros cuadrados. Había vivido en varios palacios pero ninguno le satisfacía y este lo construyó a su antojo.
Con estas dimensiones, el rey decide que no solo su familia y su servicio vivirán allí, invita a nobles y militares a vivir en su gran obra, para dedicarse a honrar a la corona de Francia, bajo una vida de opulencia y excesos muy sonados en esa época.
La vida en palacio no se paraba ni un minuto y se impusieron una serie de normas que había que cumplir a raja tabla, normas relacionadas con el protocolo en las comidas, en el vestuario, etc.
La vida de Luis XIV estaba regida por una agenda que se cumplía al dedillo. Tenía unas horas específicas para cada tarea y así debía de ser cada día. El rey, que se había proclamado como monarca absoluto debía ser siempre el protagonista en todo. Todo giraba en torno a él. Y su vida se convirtió en una gran obra teatral donde él era el actor protagonista.
Entre las 7:30 y las 8, el rey se despertaba, un lacayo se acercaba y le decía: Señor, es la hora. Entonces se levantaba. Un médico miraba que estuviese bien de salud, cada dos días lo afeitaban, y delante de unos 40 hombres pertenecientes a parientes y nobleza se comenzaba a vestir (para esto existía la figura del guardarropa). La parte que dedicaba a vestirse también tenía su protocolo: ponerle la bata, la camisa … todo se hacía cuidadosamente y de manos de quien correspondiese. Después desayunaba. Esta ceremonia se llama lever. La reina también tenía que vestirse de esta manera.
A las 10 sale de sus habitaciones, y se dirige a la capilla a través de un pasillo lleno de gente que a veces aprovecha para intentar hablarle o pasarle alguna nota. Luego entra en misa media hora.
A las 11 comienza su gabinete en el que se debaten y deciden asuntos de estado, con cada día de la semana asignado a una tarea en concreto.
A la 13 se sirve la comida en sus aposentos, comiendo solo o a veces acompañado de otros hombres.
A las 14 tiempo de ocio, a veces da un paseo, otras caza, ya sea en los jardines o en el bosque.
A las 18 comienzan las actividades de interior, muchas veces dedicado a responder cartas. Otras a jugar a los naipes o al billar. También bailar o escuchar ópera e directo.
A las 22 es la hora de la cena, esta vez con su familia y algunos nobles, charla después de cenar con algunos de ellos y luego se retira a sus habitaciones para estar a solas con su familia.
A las 23:30 vuelve a la cama, con una ceremonia parecida a la del lever, llamada en este caso, el coucher.
Como curiosidad, la comida, tenía un largo recorrido desde las cocinas hasta el comedor del rey, la comida también seguía un protocolo y si algún noble se tropezaba con los sirvientes llevando las viandas, debía sacarse el sombrero y saludar, diciendo algo así como “la carne del rey”.
Todo estaba controlado, si el rey quería pan, se probaba y cuando se veía que estaba en orden se anunciaba “pan para el rey” y una procesión de sirvientes se lo ponían en la mesa. Lo mismo pasaba cada vez que quería beber, levantaba la copa y el chamberlan (encargado de la comida) gritaba, “agua para el rey” y se la servían, otra vez en procesión.
El protocolo no solo afectaba a la vida diaria y cercana al monarca, en general la corte tenía muchas normas.
Saludos de determinadas maneras, reverencias, que marcaban el grado de nobleza, o en otros casos la decencia, la importancia, etc. Todo lo que deseaban los visitantes era estar cerca del rey, poder hablarle, poder pasear por palacio…
Las mujeres tenían que caminar con pasos cortos.
La moda era un punto importante también en palacio. El propio rey impuso algunos estilos, como los tacones en los hombres (que empezó a usar porque se veía bajito) pidiendo que todos sus zapatos tuvieran las suelas rojas y que nadie más los llevase así en la corte (cabe preguntarse si el famoso Loubotin sacaría de aquí la idea de las suelas de sus diseños).
Las grandes pelucas o mangas adornadas con exquisitos brocados, fueron también idea suya.
Los matrimonios eran de conveniencia y no se veía mal que los cónyuges tuviesen amantes. Los cuchicheos estaban a la orden del día.
Versalles era el centro de Francia.
El rey, incluso, imponía como habían de funcionar las fuentes de palacio, siguiendo el estricto orden que detallamos a continuación (ordenanza de 1672):
“El Rey desea que las fuentes funcionen siempre en el siguiente orden cuando Su Majestad llegue a Versalles; cuando El no lo desee, lo mandará decir. Cuando Su Majestad llegue por la calle del estanque, el maestro fontanero cuidará de poner agua: en la Pirámide, en la “Allée d’eau” y en el Dragón y tomará las medidas con tanta exactitud que estas fuentes estarán en su plenitud cuando Su Majestad esté situado en el punto visual del extremo de la calle. Cuando llegue Su Majestad, desea que las fuentes del Patio, de la Terraza y de la Sirena estén en función de su llegada. Como la fuente del Pabellón no puede funcionar si no se detiene la de la Pirámide, el sirviente fontanero encargado de estas dos fuentes cuidará de no parar la Pirámide hasta que Su Majestad haya entrado en la pequeña avenida del Pabellón, para que funcione antes de que Su Majestad la pueda ver“…
Durante los reinados de los siguientes moradores de palacio, los herederos del Rey Sol, se sucedieron las obras y las ampliaciones.
Más de 4000 personas llegaron a vivir en el edificio, llegando a contar con 266 apartamentos para los nobles y unas mil habitaciones para personal militar. Casi cualquier persona podía entrar en palacio, o a veces, alquilar una habitación, y admirar así al rey y sus riquezas.
Años después, en tiempos de Luis XVI los excesos, que se seguían sucediendo, ya no llamaban tanto la atención de los súbditos a modo de admiración, si no más bien de escándalo, y de desatención al pueblo que gobernaba.
Y es en esta época, al borde de la revolución, cuando destaca por encima de todo, una reina, la esposa de Luis XVI, María Antonieta.
María Antonieta, Archiduquesa de Austria, llega a Versalles acostumbrada a una vida muy distinta, y al principio le cuesta mucho asumir un protocolo tan estricto y la mayoría de las veces, tan difícil de entender. Pero pronto se deja seducir por los lujos y las excentricidades, derrochando en fiestas, dulces, pelucas, perfumes y vestidos.
Impuso la moda de llevar polvos muy blancos en la cara y labios muy recargados, también el de ponerse lunares en la cara; fue un icono de la moda rococó que influyó en toda Europa de la época.
Tenía una modista que la visitaba dos veces por semana. La reina cambiaba varias veces al día de vestimenta. Cada semana recibía 14 pares de guantes nuevos y cuatro pares de zapatos.
Los peinados eran otras de sus debilidades, los quería cada vez más altos y recargados, plagados de adornos, llegando al punto de tener que ir de rodillas en ocasiones en su calesa para que no le tocase el pelo en el techo de la misma.
En los jardines de palacio se hizo construir, al lado del Petit Trianon, la que llamaron “la aldea”, pues lo que hizo Maria Antonieta fue construir un pueblo en miniatura para poder disfrutar de la vida de campo sin salir de palacio, teniendo además una pequeña plantación agrícola.
Tenía varias “casitas”, una lechería, un molino… y allí pasaba las tardes con sus damas, jugando a ser granjera…
El pequeño y Gran Trianón, fueron también regalo para la reina, allí había capillas y templetes, y además un pequeño teatro donde a veces la reina protagonizaba representaciones.
Los gastos y excesos de esta mujer y de su corte no fueron entendidos por el pueblo, cada vez más pobre y hambriento.
La revolución estaba cerca y el castillo fue asaltado, y tanto el delfín como la reina murieron en la guillotina.
Capítulo aparte merece la higiene en el castillo. En unos de nuestros artículos hablábamos de la higiene en la Edad Media, si bien el Palacio de Versalles es protagonista de otra época, os sorprenderá saber que el el palacio más suntuoso de Europa, a pesar de contar con más de 300 habitaciones, no contaba con ningún cuarto de baño, exceptuando el de la cámara del rey (que después de sus deposiciones se limpiaba con fino algodón… )
Una persona se consideraba limpia si se lavaba las manos y la cara.
La falta de letrinas o cuartos de baño hacía que la gente se aliviase donde podía, poblando cualquier roncón de palacio.
También se utilizaban orinales, que luego se vaciaban por las ventanas, por lo que era normal oir aquello de “agua va”, que no eran precisamente agua…
En 1715, el rey escribió un decreto, en el que disponía que las heces en palacio se debían recoger una vez por semana. A saber con que frecuencia se recogerían antes…
Era normal encontrarse a alguien haciendo sus necesidades, Erasmo de Rótterdam escribió:
<<Es descortés saludar a alguien mientras esté orinando o defecando, y se ha de actuar como si no se le viese, disimulando las ventosidades tosiendo>>
El olor corporal y la halitosis eran otros problemas frecuentes. Los perfumes que tanto se usaban servían para tapar el horrible olor de los cuerpos. A veces se usaban esponjas que se metían debajo de las axilas, impregnadas en hierbas aromáticas. Las misma hierbas aromáticas servían para enjuagar la boca después de comer.
La cabeza se lavaba una vez al mes, los piojos eran otros habitantes habituales en Versalles. Las pelucas disimulaban la suciedad y los bichos, es en esta época cuando se inventaron las manos de marfil para utilizar de rascador debajo de las pelucas.
Las ropas estaban llenas de pulgas. Solían ser de lino.
Y hasta aquí este pequeño recorrido por la corte de Versalles, la más opulenta de la historia. Oh là là!
BIBLIOGRAFÍA:
-Hoog, Simone y Meyer, Damien: Guía completa de Versalles. Versalles: Art Lys, 1997.
-Mitford, Nancy: El Rey Sol. Bercelona, Noguer, 1996.