En 1852 se encuentra en el archivo histórico del reino de Galicia una historia que despierta a la vez el asombro y el miedo de quien lo lee. Es el juicio del hombre lobo, la historia de Manuel Blanco Romasanta. Dicha historia es conocida gracias a su adaptación al mundo del cine en 2004 como Romasanta, la caza de la bestia. Se está ante el primer caso de un juicio por licantropía instruido en España y ante un auténtico asesino en serie, digno de aparecer en la famosa serie Mentes criminales.

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Él mismo, como defensa cuando fue apresado, afirmo que era un hombre lobo. Su caso es similar al de la Condesa de Bathory, del cual ya se ha hablado en otro artículo. Ambos son personajes reales, cuya perversidad llevo a la gente a considerarlos demonios. A Romasanta se le conoce como el Hombre lobo de Allariz o como el “Sacamanteigas”. El hecho de que se recorra a esa imagen de la licantropía puede deberse a una forma de explicar su conducta criminal.

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  1. El despertar de un asesino en serie.

Manuel Blanco Romasanta nació en 1809 en una aldea de Orense y se casó con Francisca Gómez Vázquez en 1831. Pero este matrimonio no se alargó mucho tiempo, ya que tres años después su esposa muere por causas extrañas. Nunca se supo que ocurrió en realidad con su mujer. Romasanta pasó de ser sastre a dedicarse a buhonero, lo que le permitió tomar conocimiento de la Sierra de Mamede al tener que moverse por ella con asiduidad.

Resulta curioso señalar que Manuel es descrito como una persona amable y religiosa, dispuesto a ayudar a sus vecinos. Se gana con facilidad la simpatía y confianza de la gente. Todo ello encajaría con los rasgos que hoy día se consideran propios de un auténtico psicópata. Además esta fama le ayudaría durante algún tiempo a verse libre de sospechas.

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El primer altercado con la justicia sucede en la zona de Ponferrada, cuando se encuentra el cuerpo de Vicente Fernández, alguacil de León. La mujer de este alguacil afirmó que su esposo habló con Romasanta por la denuncia de un comerciante de la zona, que aseguraba que Manuel le debía dinero. Después del supuesto encuentro con el buhonero el alguacil no volvió a ser visto vio. Su cuerpo era encontrado unos días más tarde en lugar cercano. Sin embargo, no hubo pruebas, salvo la declaración de la mujer del alguacil, que relacionaran a Romasanta con este asesinato. Romasanta afirmó en su defensa que él ya había pagado la deuda, lo que confirmó el comerciante, y que había sido un compañero suyo el que asesinará a Vicente Fernández. A pesar de ello se condenó a Manuel a diez años de cárcel y tuvo que huir.

  1. Los crímenes de Rebordechao.

Romasanta se asentó en un pueblo de Orense llamado Rebordechao y poco tiempo después comenzó de nuevo con su trabajo de buhonero. Se movía por los pueblos de la zona llegando hasta Portugal. En ese tiempo entablo una relación amorosa con Manuela García Blanco, una mujer a la que su marido había abandonado junto a una niña. Madre e hija empezaron a trabajar con Romasanta en la venta ambulante. Pero en 1846 la niña Petra desapareció sin dejar rastro, mientras su madre estaba ausente. Romasanta justificó su ausencia diciendo que la había colocado como sirvienta de un sacerdote de Santander. La madre no se extrañó, ya que había expresado su deseo anteriormente de colocar a su hija en alguna casa. Sin embargo, pidió unos meses después a Romasanta que le llevará a visitar a su hija. Esa fue la última vez que fue vista Manuela García. Romasanta aseguró a sus parientes que ambas, madre e hija, estaban colocadas en Santander y les iba muy bien. La desaparición de Manuela García y su hija Petra no levantó sospechas porque Romasanta traía con frecuencia cartas suyas contando lo bien que les iba. Manuel Blanco Romasanta era una de las pocas personas que sabía leer y escribir en aquella zona.

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Al poco tiempo las hermanas de Manuela, Benita y Josefa, quisieron encontrar trabajo en la ciudad, alentadas por las noticias que les traía Romasanta. Benita y su hijo Francisco con sólo diez años de edad se pusieron en camino con el buhonero y corrieron la misma suerte que Manuela. Lo mismo le ocurrió a Josefa, a su hijo José y a Antonia Rúa Caneiro, habitante también de Rebordechao. Todas estas mujeres le vendían sus pertenencias a Romasanta para pagarle el viaje hasta ese utópico trabajo. Sin embargo, ninguna fue vista de nuevo y las únicas noticias que sabía de ellos era siempre por boca del vendedor ambulante.

En las aldeas cercanas empezó a despertarse rumores sobre lo que les ocurría a las personas que acompañaban a Romasanta en sus viajes. Las habladurías se acrecentaron cuando algunas de las ropas de las hermanas García Blanco fueron vendidas por Romasanta. Aunque éste se justificó diciendo que sus propietarias se las habían vendido o regalado. La desapareció de Maria Dolores, hija de Antonia Rúa, que había quedado al cuidado de Romasanta fue la gota que colmó el vaso. Los rumores se extendieron, la gente le llamaba “Sacamantecas”, refiriéndose a las personas que mataban a otro para despellejarle y vender su grasa corporal a las boticas de Portugal. Manuel Blanco Romasanta tuvo que huir por miedo a que se abriera una investigación.

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Pasó a Castilla con una identidad falsa y estuvo trabajando como jornalero hasta que tres vecinos de Rebordechao que pasaban por ahí le reconocieron y le denunciaron. Él negó ser Romasanta, pero, aparte del testimonio de esos tres gallegos, se encontró entre sus pertenencias papeles a nombre de Manuel Blanco Romasanta. Fue llevado primero al juzgado de Verín en Orense, donde por fin reconoció ser Romasanta, y luego al de Allariz. En un intento de librarse de la pena capital contó que había actuado movido por una maldición.

  1. El proceso de Romasanta y la aparición del mito del Hombre lobo.

Existe una viaja leyenda extendida por toda Europa que afirma que el séptimo hijo varón de una familia, sobre todo si es hijo de un séptimo hijo, arrastra la maldición del hombre lobo.

“En algunos lugares, como en Galicia, la tradición cuenta que en una familia compuesta únicamente por hijos varones el séptimo o noveno de ellos puede ser un lobishome (como se llama al hombre lobo en las tierras galaico- portuguesas)” (Muñoz Heras, Manuel, Licantropía. Realidad y leyenda del hombre lobo, pág.76)

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A esta leyenda recurre Romasanta para justificar sus crímenes, que no ascienden a nueve sino a trece, según su propia declaración. Afirmó que la maldición comenzó en 1839 y que se transformaba durante varios días acompañado por otros dos hombres lobos. De estas dos personas no se supo nada a pesar de las investigaciones. Se dejó de lado en el proceso el caso de las cuatro supuestas víctimas que Romasanta aseguraba que había asesinado antes de las de Rebordechao y la muerte del alguacil de León. La justicia consideró que con nueve asesinatos era suficiente.

Un hecho que quizás hoy día pueda llamar la atención es que no aparecieron los cadáveres de ninguna de las personas, aunque tampoco se la encontró con vida. Pero lo que causa más asombro fue su historia de la maldición, que superó las fronteras llegando al extranjero. Hubo gente que tuvo a Romasanta por un auténtico hombre lobo, que mataba contra su voluntad; otros en cambio pensaron que era un enfermo mental que se había dejado arrastrar por las supersticiones. También hubo quien consideró que era un asesino frío que había calculado todo perfectamente y que mataba a sus víctimas para quitarlas el unto y venderlo. Esta práctica era conocida por toda España. Los médicos que le examinaron defendieron que era una persona en extremo inteligente y que obraba libremente, y no coaccionado por una fuerza maligna.

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El Tribunal lo condenó a muerte por garrote vil en 1853, pero la condena fue apelada a la Audiencia de A Coruña debido a la expectación que había causado. Ante la falta de los cuerpos se cambió la sentencia a cadena perpetua. Sin embargo, poco tiempo después se le volvió a condenar a muerte. En el momento en que reinaba tanta confusión con la sentencia entró en escena un famoso médico francés, que aseguraba que Romasanta estaba enfermo de una monomanía. Esta patología le llevaba a actuar ciegamente sin darse cuenta de sus propios actos. Pero el médico no llegó nunca a examinar al acusado, ya que éste desaparece cuando fue trasladado a la prisión de Celanova. No se ha encontrado ningún registro de su muerte. No se sabe si tales documentos se perdieron o se destruyeron. No obstante, este final incierto acrecentó la leyenda de Romasanta. De ahí que se diga que en los montes de Orense aún hoy día se escuchan sus aullidos mientras busca víctimas a las que devorar.

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Bibliografía:

Conde, A. (2004), Romasanta. Memorias inciertas del Hombre lobo, Barcelona, ed Destino.

Muñoz Heras, Manuel, (2008) Licantropia. Realidad y leyenda del hombre lobo, Madrid, ed. El garaje.