La historia de los clavos que usaron tanto para clavar a Cristo a la cruz como para el cartel de I. N. R. I. está rodeada de un halo de leyenda y misterio. Existen en la actualidad numerosas reliquias sobre la vida, pasión y muerte de Cristo y estos clavos poseen una interesante historia que aún hoy día se discute y que intentaremos desvelar aquí.
¿Con cuántos clavos se crucificó a Cristo?
Para poder hablar de este tema, primero debemos atender una cuestión capital como es el número de clavos que se usaron. Está muy discutida la cantidad que se usó para crucificar a Cristo, sobre todo en lo referente a cómo le clavaron los pies: por separado, usando por lo tanto dos clavos más los dos para los brazos, o si, por el contrario, fueron clavados usando un solo clavo, colocándole un pie encima del otro.
Por lo tanto se discute si los clavos fueron tres o cuatro. Existe también la idea de que a Cristo se le colocó un suppedaneum, es decir, una plataforma para apoyar los pies. Según esto último, tan solo debió bastar con un clavo para cada brazo.
¿Dónde han ido a parar estos clavos?
En el siglo IV de nuestra era, durante el reinado del célebre emperador Constantino I, se excavó el área del monte Gólgota encontrándose la llamada Vera Cruz cuyos clavos estaban aún insertos en ella. La madre de dicho emperador, Helena, hizo fundir dos de los clavos, uno de ellos para incluirlo en la coraza de su hijo, y con el segundo se realizó un bocado para su caballo. Con esto, Helena pensó que su hijo tendría protección divina en sus futuras batallas.
Se dice que otro de estos clavos fue fundido e incluido en la conocidísima Corona de Hierro, usada para la ceremonia de coronación de los reyes de Italia desde la Edad Media. Concretamente este clavo se fundió para darle la forma de una lámina circular de hierro que se incorporó a la corona por la parte interna.
Durante la Edad Media, el territorio de Italia llegó a formar parte del Sacro Imperio Romano Germánico cuyo emperador más conocido en la Alta Edad Media fue Carlomagno. Los emperadores del Sacro Imperio eran coronados tres veces: una como rey de Italia, otra como rey de Alemania y otra como Emperador. En el 775 a Carlomagno se le colocaba esta Corona de Hierro, lo que para algunos pudo ser otro motivo más del legendario estatus semidivino de este emperador.
Para ejemplificar de nuevo lo anecdótico de este objeto, podemos remontarnos a la Edad Contemporánea, más concretamente al inicio del siglo XIX, para ver cómo otro gran personaje de nuestra historia se relaciona con la Corona de Hierro. Hablamos ni más ni menos que del mismísimo Napoleón Bonaparte, que se autoproclamó rey de Italia. Es otra de esas anécdotas que nos hablan del ego de este gran personaje.
Hoy día, estos clavos, como otras tantas reliquias, se veneran en diferentes lugares. Uno de los supuestos clavos de los que venimos hablando se conserva en Santa Cruz de Jerusalén, Roma, otro de ellos en el Palacio Real de Madrid, otro en la Catedral de Milán, y, así, un largo etcétera. Por otra parte, la anecdótica Corona de Hierro se conserva en la antigua Catedral de Monza, antigua capital de Lombardía.