Una de las fiestas más extendidas es las que corresponde con la Navidad cristiana. Sin embargo, en esta celebración se entremezclan creencias y antiguos rituales que se vinculan al mundo romano, al celta y a las tradiciones de la zona de Mesopotamia.

NAVIDAD

  1. La natividad del Sol.

En la mayor parte de las tradiciones la fiesta parece vinculada al solsticio de invierno, al 25 de diciembre. En el calendario juliano se computó el solsticio el día veinticinco en lugar del veintiuno. De ahí que las celebraciones caigan en esta fecha. Este día se celebraba en muchas culturas la natividad del Sol, ya que los días comienzan a alargarse.

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En Siria y Egipto a medianoche salían los fieles gritando: “¡La Virgen ha parido! ¡La luz está aumentando! También se solían representar al Dios Sol en la figura de niño que se sacaba al exterior. La Virgen que daba a luz a este niño dios era la Diosa Celestial, aunque también se la vinculaba a Isis, madre de Horus. En los países semíticos este rol lo jugaba la diosa Astarte o Inana. En la tradición cristiana este papel recayó de nuevo sobre una Virgen, que paré al niño dios representante de la Luz. El principio del Evangelio de San Juan marca esta relación entre Jesús con las divinidades solares:

“En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron (…) La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.” (Jn 1, 4-5, 9)

No es de extrañar que el cristianismo escogiera esta fecha para celebrar el nacimiento del niño dios, como ya lo habían hecho otras culturas antes de él. En un principio la Iglesia no celebraba la natividad de Cristo, ya que las Escrituras no indicaban la fecha. Posteriormente las congregaciones de Egipto acordaron el seis de enero para conmemorar el nacimiento del Salvador. Este día se fue extendiendo gradualmente hasta el siglo iv que quedó establecido en Oriente. Aún hoy día la Iglesia ortodoxa en algunos lugares celebra la Navidad en esa fecha.

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Pero la Iglesia occidental no reconoció la festividad hasta comienzos del cuarto siglo cambiándola al veinticinco de diciembre. El motivo del cambio fue la existencia de rituales dedicados al sol en el solsticio de invierno. Los cristianos también participaban de estas celebraciones, que se realizaban normalmente con luminarias. Los doctores de la Iglesia decidieron solemnizar la Navidad este día y celebrar el seis de enero la epifanía. Así puede verse como S. Agustín, padre de la Iglesia, exhorta a los cristianos a festejar la natividad del Señor y rehuir los ritos paganos. Parece, pues, que la Iglesia occidental intentó transferir la devoción popular del Sol a Cristo.

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Esto, que se le ha criticado en muchas ocasiones al cristianismo, es en realidad una costumbre de todas creencias. La asimilación de fiestas y cultos cuando dos o más culturas entran en contacto es una constante en la historia de la humanidad. Se puede apreciar como a diosa Astarte es identificada con la Afrodita griega o la Venus romana. Lo mismo ocurre con la asimilación de rituales paganos al Sol y el nacimiento del Salvador en la religión cristiana. Una de las diferencias que sí se podría destacar entre el estas creencias y la Iglesia sería el monoteísmo que caracteriza a la última.

También Mithra fue identificado con el Sol y su festividad caía en el solsticio de invierno. Las coincidencias entre Mithra y Cristo no se reducen sólo a este punto, llama también la atención las semejanzas en su muerte. A esta deidad persa se le asocia con la fertilidad, con el espíritu del grano. De ahí que en el ritual mithradico la ofrenda sea un toro, símbolo en las zonas mediterráneas de la fecundidad de la naturaleza. En dicho ritual se inmolaba al animal y después se daba un banquete con panes marcados con cruces. Esto tiene un significado de autoinmolación del dios, ya que el toro sacrificado es el toro cósmico y, por tanto, uno con Mithra.

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Éste es el motivo de que se haya comparado este ritual con la eucaristía cristiana. A ello se une el hecho de que Mithra, como muchos otros dioses de la vegetación, resucita después de la muerte. De la misma manera que en el cristianismo se cree en que Cristo a muerto y resucitado por la salvación de la humanidad.

  1. Festividad ígnea del solsticio de invierno.

Las tradiciones que se ven en Navidad no sólo provienen de la zona del Mediterráneo ni de Mesopotamia, sino que muchos elementos tienen su origen en la cultura celta y germana. Al igual que el solsticio de verano se celebraba en la antigua Europa con fuegos dedicados a Beltane, el del invierno corría una suerte similar. El solsticio estival y el hiemal son los dos puntos críticos en el recorrido del Sol por el cielo. Los pueblos agrícolas no podían dejar de notar esto. De ahí que se encendieran fuegos en estas noches, la más larga del año y la más corta. El hombre primitivo podía creer que de esta manera ayudaba al Sol a reemprender su camino en el momento en que su luz parecía agonizar.

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Ya se ha mencionado que el solsticio hiemal era una celebración en conmemoración del nacimiento del Sol. La Navidad cristiana mantuvo esta tradiciones asociándolas a Cristo. Pero muchas de las costumbres de estas fiestas provienen de las creencias del hombre primitivo. En algunos lugares de Inglaterra el festival pirofórico sigue vivo. De ahí que se acostumbre a encender un leño denominado trashoguero de Pascua.

Los estudiosos consideran que este leño provenía de las hogueras del solsticio de verano. En esta ocasión la luminaria se mantenía en el interior de las casas por las inclemencias del tiempo. Esto le prestaba al solsticio de invierno un carácter más casero e íntimo, contrastando con la alegría y publicidad del estival.

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En la zona de Alemania se han encontrado vestigios de esta festividad en el siglo xi. Era costumbre encender un fuego en la propia iglesia para celebrar la natividad del Señor. En ello se ve la forma en las que las tradiciones paganas se han mezclado en la Europa rural con el cristianismo. En esas misma zonas se tomaba lo que quedaba del leño del año pasado, normalmente de roble, se reducía a cenizas y éstas se repartían por los campos durante los doce días de la Navidad, de la Nochebuena a la Epifanía. Se creía que promovía la fertilidad de la mies.

 

En Alemania a este tronco se le conoce como Christbrand. En la zona de Eifel, cerca de Koblenz, y en Westfalia se guardaba durante todo el año este leño y en las noches de tormenta se volvía a colocar en el hogar como protección. También existía la costumbre de envolver este tronco en el último haz segado en la recolección.

Leyendas y tradiciones que hacen referencia a este leño pascual se encuentran esparcidas por toda Europa. En la zona de la Suiza francófona se le llamaba Bûche de Noël.  Las brasas y cenizas de este leño eran guardadas como protección contra los rayos y los incendios. Normalmente el tronco pascual provenía de un roble, árbol asociado con el dios del trueno, Wolta en la tradición germánica.

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Aunque la mayoría de las tradiciones de estas fiestas se realizaban dentro de la casa, en algunos lugares se encendían hogueras públicas. Éste es el caso de Schweina, en Turingia, donde los mozos del pueblo construían una hoguera en la cima de la montaña, donde antaño se elevaba una antigua iglesia. En la víspera de Navidad los jóvenes encendían la hoguera y corría con antorchas por las calles. Luego el festín y la borrachera se prologaban la noche. A la mañana siguiente se iba a misa a celebrar el nacimiento de la Luz eterna.

En muchas zonas de Europa a estos festivales ígneos se unía la tradición de introducir ramas de abetos y de otros árboles de hoja perenne para guardarlos del invierno. De esta forma se creía que se mantenía vivo el espíritu del árbol y se ayudaba a la naturaleza. Esta costumbre dio lugar al conocido Árbol de Navidad. Esto no deja de ser el reducto de un culto a la vegetación y a los árboles, propio de muchas culturas como la celta. Pero también en la tradición hebrea y cristiana se puede destacar una cierta sacralidad de los árboles. No es casualidad que se haga referencia a la Cruz donde muere el mesías como el leño o el Árbol de la Vida.

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Bibliografía:

Frazer, James George, (2011), La Rama dorada, Magia y Religión, México, ed. Fondo de Cultura económico.

Jung, Carl, (2008), Acerca de la psicología de la religión occidental y de la religión oriental, Madrid, ed. Trotta.